Publicación: 4 de Octubre de 2017
Autoría: Teusaradio
El Arzobispo peregrina por gran parte de la localidad. Se abre campo entre avenidas y edificios. Antes llevaba peces, ahora, basuras y habitantes de calle. El equipo de Teusaradio recorrió el canal del río entre la Caracas y la NQS. Reportaje, primera entrega.
Las huellas sobre el río Arzobispo hablan sobre Bogotá y sus habitantes. Narran el pasado de los ciudadanos y su relación con el ambiente. Sin embargo, las raíces de este relato no son demasiado profundas, como tampoco el río. Hasta finales del siglo XIX, lo que hoy conocemos como la capital, apenas era una población contenida entre el río San Francisco y el San Agustín. Pero la llegada del siglo XX trajo consigo las dinámicas de modernización e industrialización que llevaron al crecimiento desmesurado, al igual que la mayoría de capitales latinoamericanas.
Para los cerca de 350.000 habitantes de la capital, en 1930, el río Arzobispo marcaba el límite norte de la ciudad, donde era posible disfrutar en las riberas, lavar las ropas e inclusive pescar a los capitanes (peces que habitaban sus aguas). Es una situación diferente para los más de 8.000.000 habitantes del 2017, para quienes el Arzobispo marca la entrada al centro de la ciudad o, no es más que un separador vial.
¿Por qué cambió nuestra relación con los ríos y cuerpos de agua? La respuesta se halla en los procesos de urbanización. Mientras para los ciudadanos del siglo XIX el contacto con los cuerpos de agua era directo, para nosotros está mediado por la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá. De forma que, si antes para lavar la ropa debían acercarse al río, o para tomar agua acudir a las pilas, ahora solamente hay que abrir el grifo.
Esto destinó la situación actual de los ríos que bañan a Bogotá: el río San Agustín fluye debajo de la tierra, el San Francisco fue parcialmente recuperado y atraviesa al centro de la ciudad. Finalmente, el Arzobispo lucha por sobrevivir y no ser solamente una sombra del pasado, y en su lugar erigirse en un actor constitutivo de Teusaquillo.
El Arzobispo nace a 3.200 msnm, en los cerros orientales en el páramo Cruzverde y peregrina por las localidades de Santa Fe, Engativá, Suba. En Teusaquillo hasta llegar a la carrera 30 con calle 63, la cual pasa por debajo y termina en el canal de la NQS para seguir su recorrido, que desemboca en el río Bogotá por la calle 129c #158a.
Si bien los ríos y avenidas han servido, históricamente, como límites imaginarios o reales de los territorios, el río Arzobispo divide y es dividido. Atraviesa y divide parte de la localidad. Al río lo cruzan varias carreras y avenidas, la Séptima, la Caracas, la 24, la 30. Y es entre estas dos últimas donde el río cambia y cambia la relación de la comunidad con él.
Entre la Caracas y la 24, existe cierto grado de armonía entre el canal y los barrios, de forma que se ha constituido como parte del paisaje urbano. Parte de la ciclovía está vinculada con él y es frecuente encontrar personas que recorren la ribera: pasean a sus mascotas o que caminan para llegar a su trabajo o universidad. Sin embargo, en la noche se tornan como lugares peligrosos por donde transitar es peligroso.
Doña Gladis vive, desde hace cerca de un año en la carrera 18 con 40a, al frente del canal del río y cuenta que “en la noche es muy peligroso salir. Por acá que llega al río- es muy oscuro. Acá atracan seguido. Se han robado celulares. Después de las 6:00 p.m. procuro no salir. Las muchachas que viven acá, en los apartaestudios, siempre tienen que llegar en Uber o en taxi. A pesar de que la estación de policía queda por acá muy cerca, casi no se ven. Esta cuadrita después de las 7:00 p.m. es un peligro”.
En esto coincide con una empleada doméstica, que pasea las mascotas de sus empleadores por el canal, pero cree que “es más tranquilo a eso de las cinco, porque hay harta gente, por las universidades”. Pero sabe que, después de las 8:00 p.m., es un sitio mucho más oscuro y solitario, y como vive en Usme, es un viaje largo y sabe que si sale muy tarde es mejor caminar por la calle 45 hasta la Caracas, donde coje transporte.
Otra de las problemáticas, según varios habitantes de la ladera del río, tiene que ver con las personas que están en condición de habitabilidad de calle y que se refugian debajo de los puentes del canal. Quienes son leídos como un factor de inseguridad, similar a los ogros que en los cuentos de hadas atormentan a quienes desean atravesar los ríos.
A doña Gladis le gustaría salir a trotar, por ejemplo, por los bordecitos. “Pero me da miedo, porque no sé con qué me puedo encontrar. Digamos que hasta las 6:00 p.m. me siento segura, pero después ni pensarlo. Ya no puedo pasar por el pequeño puente peatonal que atraviesa el río, con tranquilidad, pensando que haya alguien ahí. Y también vienen a fumar marihuana y como hay tantas universidades… Si vienes por la tarde, esto es solo olor a marihuana. Como que buscan el aire puro para fumar”, se ríe.
Vale la pena aclarar que, si bien durante el recorrido realizado, habían habitantes de calle bajo los puentes, nadie habló de hechos puntuales cometidos por estos, parece una percepción y prejuicio hacia ellos.
Ahora bien, si entre la Caracas y la 24 tanto edificios como casas le dan la cara al río, esto cambia entre la 24 y 30, pues las distintas residencias le dan la espalda al río, que pareciera serpentea entre estos tratando de abrirse campo. Después de la 24, el río está más sucio y hay más basura en las riberas, en las noches, algunos habitantes de calle, se toman las laderas del río, arman fogatas y exploran en las bolsas de basura a ver si encuentran algo más que desperdicios médicos y comidas rancias. Estas son solo dos de muchas diferencias entre los ‘dos’ ríos.
Doña Lucía Garavito lleva 20 años trabajando, en el parque de la carrera 27 junto al río, vendiendo arepas de choclo. Todos los días sale de Bosa y llega al parque a las 6:00 a.m. y al mediodía ya está empacando todo para irse. Cuenta que desde hace unos siete años el río ha reducido su caudal, “antes llevaba más agua y era más limpio, ahoritica hasta el agua se le está acabando y hay mucha basura”.
Para ella la principal razón de que el río tenga poca agua y esté tan sucio, son los habitantes de calle. “De la 24 para abajo es más sucio el río, eso sí. Los que permanecen allá es gente de calle, ahí por las orillas, por el otro lado tienen un poco de cuevas y son ellos los que traen la basura. No creo que la gente de bien vayan a hacer eso” dice enfática doña Lucía.
En el mismo parque, doña Nubia vende jugos, tinto, huevos revueltos y fritos, desayunos de parque para los que no tienen tiempo de hacerlo en casa. Trabaja en el mismo horario que doña Lucía, pero desde hace menos tiempo, y tiene una visión distinta del río: “llevo trabajando 13 años. El río ha mejorado. Ya la gente casi no está tirando basura, ya no hay tanto indigente” dice y cree que es porque ahora hay más cultura ciudadana.
Pero juntas coinciden en algo, en la percepción de inseguridad respecto al río. Cuenta doña Nubia que “es un lugar inseguro, porque hay ladrones y a lo que roban se esconden en el río, se meten al caño”. Hay que hacer honor a la verdad y es que, según la Encuesta de Percepción y Victimización realizada por la Cámara de Comercio de Bogotá, la percepción de inseguridad en la capital pasó de un 41 a un 50% en el último año. Doña Lucía cuenta que “sí, como en todas partes, es inseguro. Por acá cuentan que por la tarde es cuando atracan la gente. Mientras yo he estado acá no ha pasado nada, sí he visto raponazos, gente de las motos que se llevan las cosas”. Ambas creen en la necesidad de mayor presencia de la policía, pasan de vez en cuando, a veces muy temprano, pero no es todos los días y no todo el tiempo, como cuenta Garavito.
En el parque donde trabajan doña Nubia y doña Lucía, hay una cancha de fútbol y juegos infantiles, que están muy cerca a la ladera del río. No es raro que al mediodía, muchachos de las universidades que quedan por el sector (ECCI, por nombrar una) se reúnan a ‘echarse un picadito’ y que el balón termine en el canal del río, en medio de kilos de basura desperdigados: cajas de leche, papel higiénico, toallas higiénicas y condones usados, cajas de cartón, restos de comida, restos de ropa y podríamos seguir. Antes de llegar a la 30, su ladera es amplia y verde, enmarcada por un edificio en el costado sur y por algunas casas, al norte. Aquí, un pequeño cambuche rompe el verde.
En el río antes había peces, ahora basura, vicio y ladrones. ¿Qué está haciendo la comunidad para recuperar el río? ¿Les importa o no? ¿Es todo culpa de los habitantes de calle? ¿Qué ha hecho el Distrito por preservar el recurso hídrico? ¿Río, canal o caño?
Acá pueden leer la segunda parte de este reportaje.
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