Opinión

Chiquita Brands: memorias de una violencia cíclica

10 minutos

Publicación: 18/07/2024

Autoría: David Otero

La condena que recibió una de las multinacionales bananeras más importantes del mundo, por su responsabilidad en la financiación de grupos paramilitares en Colombia, revive la discusión por el resarcimiento de las víctimas, por parte de las empresas, como actores del conflicto armado.

Aunque desde 2007 la multinacional Chiquita Brands es financiadora confesa de grupos paramilitares ante el Departamento de Justicia de EE. UU., solo hasta comienzos de junio de 2024, por primera vez, un juzgado estadounidense emitió una condena que reconoce la responsabilidad de la compañía en 8 asesinatos cometidos por las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC.

Esta empresa, una de las principales productoras y distribuidoras de banano del mundo, aportó cerca de $1.7 millones de dólares para el fortalecimiento de estructuras paramilitares en el Urabá y Magdalena medio, entre 1997 y 2004, quienes, a su vez, transformaron radicalmente una región al amparo de un proyecto de reforma agraria privada, basada en el despojo.

Más allá de los años citados en la condena, Chiquita, que antes se llamaba United Fruit Company; lideró de una revolución comercial que le brindó un poder inusitado desde comienzos del siglo XX, haciéndole partícipe, además del golpe de Estado ocurrido en Guatemala en 1954 con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de uno de los episodios más cruentos de la historia colombiana: la Masacre de las Bananeras en 1928.

La república y la locomotora bananera

Con el impulso de un imponente proyecto ferroviario que buscaba llevar al banano, recientemente descubierto por el público norteamericano, a convertirse en la siguiente gran bonanza comercial, a partir de 1899. 

De esta manera, el emporio comercial, que llegó a contar, en ese entonces, con plantaciones y tierras en más de 8 países, incluyendo a Colombia, creció, llevando una promesa de progreso y desarrollo a cada uno de estos territorios.

El éxito fue tal, que para 1907 ya se había consolidado, con la alianza de otras compañías, la que se conoció como la ‘Gran flota blanca’, que recorría los puertos de los países que exportaban la fruta, en los cuales, además, los funcionarios y terratenientes asociados a la compañía obtenían importantes beneficios, en cuanto a salario y mercancía.

En el caso de los jornaleros de las plantaciones, la promesa de la ‘Yunai’, como se le conocía localmente, terminaría siendo espuria, puesto que la multinacional acogería a muchos trabajadores bajo contratos temporales que brindaban pocas garantías y, en muchos casos, endurecían las condiciones laborales previas.

Así las cosas, los trabajadores de United Fruit Company recurrieron a diversas huelgas, en 1910, 1918, 1924 y en 1928, con la de mayor magnitud, a través de la cual buscaba la abolición del sistema de contratación temporal, aumento de salarios, descanso dominical remunerado, indemnización por accidentes y vivienda digna para los trabajadores, según enumera Credencial.

Estas peticiones fueron rechazadas de plano, en momentos en los que el presidente Miguel Abadía Méndez buscaba suprimir cualquier rumor socialista llegado al país a raíz del triunfo de los bolcheviques en Rusia, valiéndose del estado de excepción que le permitió instalar la llamada Ley Heroíca que ilegalizaba cualquier tipo de huelga o protesta popular.

Es así como el 6 de diciembre de 1928, en horas de la madrugada, un contingente militar, bajo las órdenes del general Carlos Cortés Vargas, disparó contra una multitud de personas que se agolpaban en la estación de ferrocarril de Ciénaga, Magdalena, dejando una cifra de muertos que al día de hoy permanece indeterminada al día de hoy. 

En un rango entre las 15 a 20 muertes reconocidas por el ejército, hay al menos 1.000 reportados en investigaciones como la efectuada por Jorge Eliécer Gaitán, cifra similar a la reportada por el embajador norteamericano de la época; hasta los 3.000 muertos, relatados figurativamente en Cien Años de Soledad por Gabriel García Márquez. 

El nombre de Chiquita surgió como la caricatura de una banana, creada por Dik Browne, inspirada en la actriz lusobrasileña Carmen Miranda, como parte, en 1947, de una agresiva campaña publicitaria de la United Fruit.

A raíz de los tiempos de dominio de la compañía en Centroamérica y el Caribe, se acuñó el término de República Bananera, utilizado para definir a los países enlazados bajo el imperio de la exportación de esta fruta, los cuales compartían diferentes características provenientes de una clase dominante corrupta y una democracia débil, propensa al soborno y el autoritarismo.

Fosa en el platanal: la retoma paramilitar de Urabá

Muchos años después de haber liderado la locomotora bananera en la costa norte del país, United Fruit, actuando ya bajo el nombre de Chiquita Brands, fue una de las compañías que se asoció con las organizaciones denominadas Convivir, que, a la postre, terminarían siendo las estructuras parentales de las Autodefensas Colombianas, máxima expresión del paramilitarismo nacional.

Aunque la compañía intentó aludir ante la justicia que se había visto extorsionada por las estructuras paramilitares, lo cierto es que fuentes como el informe ‘No matarás’ de la Comisión de la Verdad, detallan que la alianza fue tal que incluso en buques de exportación de la compañía se dio el envío de armas y cocaína.

Según el informe, Chiquita Brands hizo parte de la “retoma de Urabá” planificada por Vicente Castaño a partir de sus Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, con la que se buscaba ampliar la apropiación de tierras para proyectos agroindustriales y de ganadería extensiva, desplazando a las comunidades.

Para Chiquita, la relación con el paramilitarismo significó, además de la protección contrainsurgente, la oportunidad de retomar una práctica que ya había ejecutado desde su llegada al país: la presión a los trabajadores a través del miedo y los asesinatos selectivos.

Hébert Veloza, alias HH, excomandante del Bloque Bananero de las AUC, declaró bajo juramento que la orden que recibió el grupo era evitar a toda costa las huelgas, como efectivamente se logró, para reactivar la industria bananera.

“Los verdaderos ganadores de la guerra en el Urabá fueron los magnates de la industria bananera. Todas las fincas colaboraron: Unibán, Banacol, Chiquita, Dole”, afirmó el exjefe paramilitar.

El profesor Mauricio Romero Vidal, autor del que es reconocido por la organización PARES, como el primer libro sobre el fenómeno del paramilitarismo en Colombia, describió que “se pasó de algo más de 400 homicidios en 1994 a más de 800 en 1995, a más de 1.200 en 1996 y se bajó a algo más de 700 en 1997 y a cerca de 300 en 1998”.

Una victoria agridulce 

Lo que pareciera ser un logro histórico, adquiere un matiz agridulce, en parte, debido a la falta de resultados concluyentes en materia de verdad histórica y reparación para las víctimas.

Como se conoció a través de diferentes medios de comunicación, pese al resultado obtenido en los estrados norteamericanos en materia económica, la indemnización acordada para las víctimas se encuentra atravesada por una urdimbre de acciones dudosas por parte del abogado Paul Wolf, quien recibió más de 4 millones de dólares del dinero destinado a las víctimas (12 millones), como pago por sus servicios.

Inclusive, miembros del bufete de abogados que representa a otro grupo mayoritario de víctimas de Chiquita en EE. UU. declararon haberse desligado de Wolf, aduciendo posibles sobornos y cercanía entre el abogado y la empresa.

Además de ello, en la justicia colombiana el caso ha encontrado numerosos hiatos en la investigación, que, según alertan organizaciones y víctimas, le tienen al borde de la prescripción en 2025. Bajo este inminente riesgo de impunidad, surgen incluso voces negacionistas, como es el caso de la senadora de derechas, María Fernanda Cabal.

Las bananeras en la memoria, a través del arte

Es en este marco que el ejercicio de memoria sobre las violencias que han transformado radicalmente las múltiples luchas sociales en Colombia, cobra mayor importancia. 

Ante la falta de resultados, la inoperancia y el negacionismo, siempre existirán voces, piezas e imágenes que nos recordarán que este tipo de episodios violentos están enquistados en el devenir histórico de muchas comunidades en el país.

En Colombia, así como en otros Estados que sirvieron como repúblicas bananeras, la violencia instigada por United Fruit y, posteriormente, por Chiquita Brands, hace parte de la realidad, no solo porque está en los libros y en las cifras, sino porque está en nuestra narrativa, en nuestra música y en las imágenes que nos definen (al menos en parte) como nación.

Esta es solo una pequeña selección de algunas de las obras más icónicas que nos recuerdan a este momento cíclico de la violencia en Colombia:

‘La casa grande’ (1962) de Álvaro Cepeda Samudio, es, dentro de la literatura colombiana, una de las principales obras en realizar la reconstrucción de la Masacre de las Bananeras.

A través de los diez capítulos que componen la obra, en el marco de su quehacer periodístico y literario, Cepeda Samudio sienta la base de las posturas antagónicas en torno al desarrollo de la huelga en las bananeras, fijando la perspectiva desde figuras antagónicas, que cumplen la función arquetípica de representar los diferentes estamentos de la sociedad en la que aconteció la masacre.

De esta manera, el evento es narrado, entre otros personajes, desde: 

Los soldados que se dirigen a la huelga y a la postre terminan disparando contra los trabajadores. 

—Es por la costumbre: dieron la orden y disparaste. Tú no

tienes la culpa.

—¿Quién tiene la culpa entonces?

—No sé: es la costumbre de obedecer.

 —Alguien tiene que tener la culpa.

—Alguien no: todos: la culpa es de todos.

—Maldita sea, maldita sea.

—No te preocupes tanto. ¿Tú crees que se acuerde de mí?

—En este pueblo se acordarán de nosotros: en este pueblo

se acordarán siempre, somos nosotros los que olvidaremos.

—Sí, es verdad: se acordarán. 

El padre de la familia latifundista que busca eliminar a quienes protestan, para imponer el orden en la “Casa grande”, que es un lugar y una metáfora; y la hermana que sigue ferviente a la figura del padre, presa de la necesidad de “perpetuar” el status quo de su posición en una sociedad trastocada por los cambios.

No supimos lo que dijo el Padre ni lo que hacías tú allí. Pero al cuarto día ustedes habían vuelto más temprano, oímos decir al Padre: Esos eran los últimos, hemos acabado con ellos. Y luego tú: Y los que quedan, y los hijos de ellos, y los hijos de los hijos, no volverán a intentar una huelga, no se atreverán. 
El Padre necesitó de ti, de tu fortaleza, de tu desprecio, de tu deseo de perpetuar todo lo que significaba el apellido. Perpetuarlo en cualquier forma así fuera por medio del odio. Y cuando comenzó lo que debía ser el tiempo para el remordimiento fuiste tú y no el Padre quien le hizo frente.

Esta negación del otro, no solo como sujeto político, sino como sujeto de cualquier tipo de derecho es abordada de manera satírica en una caricatura de amplia difusión, realizada por Ricardo Rendón Bravo en el año 1929 .

En la tira cómica aparece el general Carlos Cortés Vargas y el presidente Miguel Abadía Méndez realizando un intercambio de palabras ambiguo en el que resulta indistinto si los personajes se refieren a personas o animales muertos.

Volviendo a la Casa grande, Cepeda también da voz a quienes lideran las protestas, escenificados en el pueblo como escenario geográfico y sociológico de las inminentes disputas irreconciliables.

—Usted no puede irse.

—Yo terminé ya: lo demás es cosa de ellos.

—Ellos ya no cuentan; ahora tenemos que proteger al pueblo. Ellos dieron la plata porque querían acabar con los comisariatos: usted lo sabe perfectamente.

—Sí,pero no es cosa mía.

—Claro que es cosa nuestra. Nosotros metimos al pueblo en esto: A ellos solamente les interesa quitarse la competencia de los comisariatos de encima.

—De todas maneras el pueblo va a salir ganando algo.

—¿Ganando qué: ¿muertos?

—A mí me trajeron para organizar una huelga, no para proteger a nadie. Como se lo digo: aquí va a haber bala y yo me voy esta noche.

  • Y el oficialismo, que se muestra a través del lenguaje radial de la información militar y una reconstrucción que realiza Cepeda sobre el decreto oficial del general Cortés Vargas.

Las fuerzas militares se vieron en la imperiosa necesidad de hacer fuego contra los bandoleros. El número de muertos no ha sido determinado todavía. Los heridos, en calidad de prisioneros, han sido trasladados al hospital de la Compañía. En el personal militar no hay bajas que reportar.

  • Finalmente, el debate y la cercanía entre los hijos, ponen en voz del Hermano una reflexión sobre la instrumentalidad de la violencia:

“(...) todas las preguntas que no pudieron hacerse cuando la poca y miserable vida de los jornaleros les fue arrebatada a tiros en las estaciones, a lo largo de las vías del ferrocarril, frente a las puertas entreabiertas de sus casas, porque precisamente trataban de ejercer lo que ellos creían, lo que yo principalmente creía, que era su derecho a preguntar, a indagar la razón para la desigualdad y la injusticia”.

El compositor vallenato Santander Durán Escalona, puso en voz de Jorge Oñate y los hermanos López, una de las primeras canciones de protesta surgidas a raíz de estos hechos. 

Como parte de la juglaría del vallenato tradicional, las composiciones musicales cumplían la función de transmitir en el cuerpo de la oralidad de los pueblos, cada uno de los sucesos que forman parte de la memoria colectiva. 

Solo quedan los recuerdos escondidos

de la cumbia, de la gaita y el tambo’

De las balas

con que el pueblo fue abatido

en las plazas y caminos

cuando la huelga estalló

La Masacre de las Bananeras es el evento central en la obra más reconocida a nivel internacional en la literatura colombiana, ‘Cien años de soledad’ (1967) de Gabriel García Márquez, quien se encargó de reimaginar un suceso que hacía parte de la oralidad en su natal Aracataca y que ocurrió cuando este tenía apenas dos años.

En la obra laureada del nobel de Aracataca, se rememoran e inscriben dentro de lo real maravillo o ‘realismo mágico’ como se le conoció al estilo del escritor, los elementos más importantes de la masacre como suceso histórico, como lo son, por ejemplo, las condiciones laborales de los trabajadores.

“(...) los trabajadores repudiaron a las autoridades de Macondo y subieron con sus quejas a los tribunales supremos. Fue allí donde los ilusionistas del derecho demostraron que las reclamaciones carecían de toda validez, simplemente porque la compañía bananera no tenía, ni había tenido nunca ni tendría jamás trabajadores a su servicio, sino que los reclutaba ocasionalmente y con carácter temporal”.

Para el suceso en sí, García Márquez se vale de la presencia del personaje de José Arcadio Segundo, quien experimentaría de primera mano el fuego de las ametralladoras y luego el esfuerzo por desaparecer los cadáveres, como evidencia de la masacre perpetrada por el ejército en la estación del pueblo imaginario de Macondo.

“Cuando José Arcadio Segundo despertó, estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. 

Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. 
No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano.
Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo”.

Aunque ocurre de manera breve, el suceso marca el final del pueblo de Macondo, el cual termina al abandono de la prosperidad que le procuró la inversión extranjera.

Se fueron

se fueron la bananeras

Explotaron

explotaron la nación

Solo quedan los recuerdos

de quimeras añoranzas

de otras eras

sangre deudas y dolor

En palabras de Santander Durán Escalona.

De igual manera, además de otras obras literarias, también algunos de los autores más icónicos de la pintura colombiana han hecho parte del listado de artistas que plasmaron su visión propia sobre la Masacre de las Bananeras.

Tal fue el caso de la reconocida artista Débora Arango, que exploró diferentes sucesos de la violencia en Colombia en una reconocida serie pictórica. Una de las obras más reconocidas en este grupo es El tren de la muerte, realizada en 1948.

Como describe el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), en esta obra la artista, que fue censurada en su momento por la sugerente crítica social plasmada en sus trazos expresionistas, recrea el cruento escenario de la guerra en las regiones de Colombia, destacando un elemento central: el ferrocarril como elemento central del esfuerzo por llevar progreso, convertido en un transporte fúnebre con destino al olvido.

Igual de descarnada y directa es la imagen que retoma el grupo bogotano 1280 Almas para referirse, en esta ocasión, a la acción de la bananera reconvertida en Chiquita Brands durante su época de contubernio paramilitar en el Urabá y el Chocó.

En la canción ‘El Platanal’ del álbum La 22 de 1996, la agrupación centra la narrativa en la perspectiva de una víctima que ha sido asesinada en el contexto de la acción paramilitar y el fuego cruzado de los grupos en contienda, recordando, a su vez, la práctica ampliamente descrita de desaparecer los cuerpos arrojándolos al mar.

(...)O te suben a un tren militar

Cuando ya eres un despojo.

Ya no puedes ni llorar

Ni siquiera cerrar los ojos.

Y te van tirando al mar

Pasto pa' los peces grandes

Muerte muerte de coral

Muerte absurda y humillante.

Existen muchos ejemplos adicionales que no alcanzamos a mencionar en esta publicación; incluyendo adaptaciones y obras en disciplinas como el teatro, la radionovela, la escultura e incluso el cómic, que nos recuerdan, una vez más, que los sucesos acurridos hace ya más de un siglo en la Zona Bananera, se hicieron parte de una fase cíclica de violencia y despojo, que aún hoy experimentan muchas comunidades en el país, convertidas en carne de cañón en el cruce de intereses comerciales.

Otras obras que rememoran la masacre de las bananeras

Zig Zag en las bananeras - Efraín Tovar Mozo - Novela (1964)

Los muertos tienen sed - Javier Auqué Lara - Novela (1969)

Lenine en las bananeras - Francisco Gnecco Mozo - Cuento (1928)

Soldados - Carlos José Reyes - Obra de teatro (1966)

Soldados (Adaptación de la Casa grande) -  Ricardo Potes - Historieta (1978)

La denuncia - Enrique Buenaventura- Obra de teatro (1974)

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