Publicación: 18 de enero de 2021
Autoría: Aquileo Venganza
Una propuesta surgida en el seno del reconocimiento de la crisis climática reabre el debate por el impacto de la ganadería para el ambiente y el conflicto armado en Colombia
El pasado mes de noviembre del 2020 el Concejo de Bogotá aprobó un proyecto que buscaba hacer efectiva la declaratoria de emergencia climática para la ciudad. Dicho proyecto, sancionado en Diciembre por la Alcaldía, pese los reparos de la alcaldesa Claudia López, incluye diversos compromisos a los que se suscribe la ciudad como política pública.
Estos compromisos concuerdan con aquellos realizados por el presidente Iván Duque en el quinto aniversario de la ratificación del Acuerdo de París, de reducir en un 51% la emisión de gases de invernadero a 2030 y promover la participación de otras ciudades en esta iniciativa.
Una apuesta tan importante requiere de todo un programa que abarque los distintos escenarios en los cuales generamos una huella en el entorno en cuanto a planeación territorial urbana: el uso del agua, el aire y el suelo, la construcción de vivienda, la disposición de desechos, el transporte y por supuesto la alimentación.
“Ya el clima cambió estructuralmente y eso hoy genera efectos que son muy negativos y desastrosos, pero puede ser peor y como nos dicen los científicos, tenemos una década para cambiar radicalmente los sistemas y las formas de vida que tenemos en las ciudades con base en combustibles fósiles”.
Susana Muhammad, concejala de Bogotá, autora del proyecto de declaratorio de emergencia climática.
Dentro de los múltiples frentes que se deben atacar si se espera conseguir el objetivo de reducir la emisión de gases de invernadero y convertir a Colombia en carbono neutral para el 2050, está la dependencia de la producción cárnica para la alimentación humana.
Según la FAO, cada año 13 mil millones de hectáreas de superficie forestal “se pierden” por acción de la ganadería, dado que se re-convierten para su utilización en pastizales y tierras de cultivo que sirven tanto para la alimentación humana, como para la producción de los pastizales que alimentan a los animales.
De acuerdo a Pete Smith, científico escocés dedicado al estudio del impacto del cambio climático, el 30% de todos los cultivos producidos a nivel mundial son para alimentar al ganado. Smith, quien también forma parte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) de la ONU, agrega en el prólogo al informe ‘Menos es más’ de Greenpeace, que la carne de rumiantes tiene una huella de gas de efecto invernadero 100 veces mayor que la de los alimentos de origen vegetal.
Pero más allá de entrar al debate culposo de quién produce más emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), si los automóviles o el ganado, habría que analizar los efectos directos e indirectos que tiene la ganadería y la agricultura en la transformación de los suelos, la distribución de la tierra y el respeto por los ciclos hídricos en los territorios.
Según estimaciones de la ONU, se espera que la población mundial llegue a 9700 millones en el año 2050. El hambre seguirá marcando la nota de las desigualdades entre países que se aferran a la noción global de desarrollo y aún más en contrapunto con las ya tangibles consecuencias del cambio climático.
En este marco de previsiones futuras poco alentadores se ciernen los próximos retos que tendrá la humanidad en materia de seguridad alimentaria y los cambios en las prácticas tanto agrícolas como ganaderas serán cada vez más necesarios, es por eso que propuestas como la diversificación en la oferta alimentaria, la protección de los bosques nativos y la ganadería responsable tienen hoy más eco a la luz de la evidencia científica.
“Amplificar las opciones de la dieta y ser conscientes de cómo lo que comemos influye en el clima amplía nuestras libertades, porque no tenemos que estar atados a una sola industria ni a una sola forma de comer y podemos ser más conscientes sobre cómo nuestra comida apoya el pequeño y mediano campesino y genera una recuperación de la biodiversidad en la agricultura, que hemos perdido precisamente con dietas basadas solamente en la carne”, dice Susana Muhammad.
En Colombia existen 23,5 millones de cabezas de ganado bovino en cálculos de Fedegan (2012) . Según un estudio de la Dirección Nacional de Planeación y el Banco Interamericano de Desarrollo, la actividad ganadera se desarrolla en Colombia en un área aproximada a los 39,2 millones de hectáreas en pastos y forrajes.
Mientras tanto, de acuerdo a datos también del DNP, hay 6,6 millones de hectáreas de tierra irrigable en Colombia, pero solo el 12.8 % de estas cuentan con mejoras en riego y drenaje. Todo esto en un escenario donde la ganadería tradicional o extensiva, es decir, aquella que implica la colonización y “limpieza” de bosques y ecosistemas nativos marca la tendencia y los valles, montañas y sabanas “trasquiladas” constituyen la normalidad del paisaje.
La deforestación, reconocida como una de las problemáticas globales en torno a la ganadería, no es ajena a la realidad del territorio en Colombia. En el Guaviare, entre 2016 y 2017, la deforestación creció 233 % y mientras que desde el gobierno nacional esto es consecuencia de las economías ilegales, se registra una disminución de los cultivos de coca en un un 28%.
¿Casualidad? Tal vez.
Así como tan casual es que haya aumentado considerablemente el número de reses, al mismo tiempo que se disparó la deforestación en el departamento, justo cuando muchas personas se vieron obligadas a “colonizar” nuevos territorios por culpa de la concentración ilegal. También por estas épocas la principal agremiación ganadera del país celebraba las potencialidades del Guaviare para dicha actividad; una colección de casualidades sin duda.
Así mismo como la ganadería ha transformado históricamente el paisaje en todo el país, desde la Guajira, hasta Nariño, el Cauca y el Amazonas, también la actividad ganadera se ha insertado en la identidad cultural debido a su gran impacto económico y social con el matiz propio de cada región en nuestra geografía.
“Hay un imaginario en el país del gran ganadero, pero la realidad es que es un negocio de subsistencia”, dice Andrés Zuluaga, coordinador del proyecto de agricultura sostenible que realiza Fedegan, en conjunto con el Reino Unido y el Banco Mundial entre otras instituciones y organizaciones sociales.
A las palabras de Zuluaga las respaldan las cifras del Instituto Colombiano Agropecuario, que reflejan que en el 2016 el 80% de los predios ganaderos registrados pertenecían a personas que poseían entre 1 a 50 cabezas de bovinos, quienes podrían catalogarse como “pequeños ganaderos”.
Pero pese a estos datos que nos hablan de una ganadería a pequeña escala en lo económico, la “cultura ganadera» se ha construido en torno al control territorial y a la prestancia que dicho control le ofrece a quienes lo ostentan, por ejemplo en materia política.
“Gran parte de los ganaderos son propietarios latifundistas, representantes de una cultura ganadera en la cual priman el control territorial y el poder local o regional sobre la productividad”, dice el sexto informe ‘Transiciones’ sobre biodiversidad y sostenibilidad del Instituto Humboldt
No podría ser de otra manera cuando la principal agremiación que representa a los ganaderos en Colombia, surgió con fines políticos frente a la tierra, como contraposición al intento de reforma agraria de 1963, una tajante declaración que marca una clara postura visional de concentración de la tierra.
No solo eso: a lo largo de su historia no han sido pocos los guiños entre integrantes e incluso directivos de la agremiación ganadera y las estructuras paramilitares, que actúan como ejércitos personales en diversas regiones del país.
Jorge Visbal, expresidente de Fedegan, condenado por asociarse con paramilitares, es una de las piezas tangibles de esta relación de larga data entre políticos y élites ganaderas. Visbal Martelo quien se desempeñó como Senador del Partido de la U y también dos veces como Embajador de Colombia, en Canadá y Perú; fue, desde su posición en el gremio, un enérgico promotor de la campaña presidencial de Álvaro Uribe Velez, y posteriormente de las negociaciones con las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia, AUC.
Ese apoyo fiel de Visbal se vio retribuido desde su asiento en Fedegan, cuando era él quien tramitaba los proyectos que interesaban al sector ganadero ante un congreso viciado por la ‘parapolítica’ y al mismo tiempo se desbordaba la violencia de las autodefensas en territorios como Córdoba y Cesar.
José Felix Lafaurie, actual presidente de la agremiación no le ha hecho el quite a esta relación infranqueable con el paramilitarismo e incluso admitió directamente que los ganaderos habían financiado estos grupos armados como retaliación a la guerrilla insurgente.
Pero por si la gestión de Visbal no dejó muy clara la postura política y ética de la agremiación, Lafaurie se encargó de recoger la batuta de su antecesor e incluso justificar las acciones que hoy le tienen bajo captura.
Más aún, el prominente empresario y político samario acumula ya una serie de acusaciones relacionadas con su gestión en torno al mayor fondo de parafiscales del país, utilizando sus funciones para la apropiación de tierras destinadas a la restitución, empleando el dinero destinado a la modernización de la ganadería para rescatar sus propias empresas, especulando y dilapidando el dinero del fondo y articulando toda clase de tramoyas en materia fiscal para seguir tapando los actos de corrupción.
No es de sorprender que una propuesta como ‘El día sin carne’ haga sacar chispas a la directiva de Fedegan, no solamente porque se perciba de manera simplista como una cooptación de las libertades individuales, sino porque se inserta, en el contexto particular de Colombia, en una prolongada historia de violencia, justificada en el control del territorio.
En un mundo tan creciente como el que se vislumbra en las proyecciones más cercanas, son muchas las dudas en torno a la capacidad humana de construir soberanía alimentaria. Y ante tal marco de crecimiento poblacional, con un medio ambiente cada vez más inestable, se hace necesaria y fundamental la revisión de las prácticas de la agricultura y la ganadería, desde la perspectiva de la sostenibilidad ambiental.
Pero para lograr efectivamente un cambio en las opciones alimenticias y las prácticas de producción se requiere también una gran voluntad política para el diálogo y la exposición de argumentos científicos. Este diálogo debe indudablemente superar las barreras políticas tradicionales de la ganadería en Colombia.
Sin duda es difícil siquiera imaginar dicho escenario en el país cuando los representantes ganaderos están más ocupados encostrando su postura ideológica frente a todo lo que les huela a izquierda, o en el peor de los casos defendiéndose en los estrados judiciales.
Por eso en concordancia con esa labor política escuchamos a Lafaurie hablando de mamertos y prohibicionismo como respuesta inmediata a la más mínima oportunidad de reconocimiento del impacto de la ganadería y negando cualquier posibilidad de debate. Tal vez con la intención de demostrar, como dice Humberto De La Calle, que la carne es de izquierda y la res de derecha.
“En vez de estar rechazando las iniciativas, diciendo que van a perder productividad, lo que deberíamos es ganar productividad y hacer una estrategia contundente para que la ganadería evite la deforestación del bosque amazónico”, en palabras de Susana Muhammad.
En tiempos tan ocupados como los que tiene Lafaurie, qué posibilidad para exponer prácticas de ganadería sostenible puede haber, ni siquiera cuando la misma agremiación se encarga de impulsar programas de sistemas silvopastoriles, el nombre técnico que reciben estas iniciativas.
Este sistema de producción ganadera se centra en la base de reforestar con arbustos, palmas y árboles las zonas de pastoreo que antes eran únicamente espacios baldíos, generando una mayor resistencia a las sequías y ayudando a la recuperación de la biodiversidad y los ciclos hídricos
La ganadería puede ser más diversa y autores como Frank M. Mitloehner aseguran que “la cría de ganado añade valor económico y nutricional a la agricultura vegetal”.
La ganadería silvopastoril está presente en Colombia y existe ya una noción de los gastos que representa este cambio para los ganaderos tradicionales, siendo este uno de los principales obstáculos para su implementación de manera extensiva en el país.
El hecho de que tan pocos medios en Colombia hayan hecho eco de esta noticia difundida directamente por la FAO sobre las granjas silvopastoriles dice mucho sobre las necesidades en materia de voluntad política que tiene el país para tomar este debate con la responsabilidad que amerita, pero sin duda acciones como la declaratoria de emergencia climática en Bogotá y los compromisos del gobierno Duque en materia ambiental, seguirán poniendo la carne en el asador en los próximos años.
🚨𝗟𝗮𝘀 𝘃𝗶𝗱𝗮𝘀 𝗱𝗲𝘁𝗿á𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝗮𝘀 𝗰𝗶𝗳𝗿𝗮𝘀. 𝗨𝗻 𝗲𝘀𝗽𝗲𝗰𝗶𝗮𝗹 𝘀𝗼𝗯𝗿𝗲 𝗹𝗮𝘀 𝘃í𝗰𝘁𝗶𝗺𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝘃𝗶𝗼𝗹𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗽𝗼𝗹𝗶𝗰𝗶𝗮𝗹 🔥 En el marco del laboratorio de periodismo Teusaradio, se propuso un especial que fuera más allá de las cifras sobre la violencia policial.
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