Publicación: 31 de Octubre de 2017
Autoría: David Mejía
100 años de la revolución de octubre, del inicio de mayor experimento político y social del siglo XX: la Rusia soviética, la URSS.
“Tiempo perdido”. Quizás la mejor expresión para describir, lo que significó, el periodo soviético para el pueblo ruso. Para la historia, evidentemente no fue tiempo perdido: la Unión Soviética dio al mundo algunos de los episodios más cinematográficos de su haber. Tensiones nucleares, que hacen ver la actual situación con Corea del Norte como un juego de niños; la exploración espacial, guerras en Corea, Vietnam, Afganistán y docenas de países más; guerrillas, dictaduras y un intenso espionaje a lo largo del mundo. Probablemente poco de esto fuera divertido para quienes lo vivieron, pero nos dejaron a toneladas de libros de historia, a Rambo y James Bond como testigos del periodo soviético.
Pero volviendo al planteamiento inicial; lo que resultó una mina de oro, para Hollywood y editores a lo largo del mundo, fue para los rusos un periodo aciago. Poco de lo logrado durante esta época permanece, o permanece en forma de castigo y vergüenza: de la potencia industrial nada queda, el programa espacial ruso ha quedado seriamente ralentizado, el daño ambiental en amplias zonas del URSS es gravísimo, miles de factorías abandonas y un Chernóbil inhabitable es testimonio del desastre.
Pero, quizás la mayor muestra del tiempo desperdiciado es la estadística demográfica: al entrar el siglo XXI la Federación Rusa tenía casi la misma cantidad de población que el Imperio Ruso al momento previo de iniciar la Revolución de Octubre. Es común encontrar en Rusia, Ucrania y Bielorrusia, desesperadas campañas públicas alentando a los jóvenes a tener familias numerosas. Una situación de despoblación sin símil en el mundo; producto de las débiles economías poscomunistas que están signadas por la pobreza y la fuga de ciudadanos.
El legado de la URSS: una dramática y gloriosa victoria sobre el nazismo. Por demás es casi un periodo de tiempo congelado, no hay más población y, como se señaló antes, perdió la relativa intensa industrialización que se tenía. Rusia parece en muchos casos un país del tercer mundo que exporta y vive de sus materias primas. Es decir, la historia anula el falso progreso comunista y sitúa al país en la misma situación que tenía a inicios del siglo XX, pero trágicamente en un siglo XXI globalizado y más competitivo.
La sensación que tienen los rusos sobre esta situación es ambigua, si bien rechazan el comunismo y ha tenido lugar un resurgir impresionante del cristianismo, censurado durante el periodo soviético, sigue persistiendo una nostalgia imperial y una vergüenza colectiva de pasar de ser uno de los amos del mundo a un país más. Quizás la mejor manifestación de esta ambigua sensación son las muestras de fervor y nostalgia que los rusos han expresado en los últimos días por su último Zar, Nicolás II, canonizado como mártir del Cristianismo Ortodoxo en años recientes. Una muestra de desprecio al comunismo, pero reivindicación de un pasado imperial. Así mientras millones de mamertos en el mundo se aprestan para celebrar la Revolución de Octubre, el pueblo Ruso alista procesiones para conmemorar la extinción de la casa Romanov y la extinción del imperio zarista.
Parece que, para el siglo XXI, esta ambigüedad será la clave del ascenso ruso como una nueva potencia; el sentimiento de humillación que los motiva a ser imperio de nuevo y la recuperación de su identidad como nación, y no como un ejército de obreros y campesinos internacionales. De hecho, si existen elementos rescatables del pasado ruso-soviético es un sentimiento colectivista del pueblo ruso y de mutua hermandad y asistencia, que se ve reforzado por el renacer religioso y nacional.
No comparto la rusofobia de miles colegas politólogos y periodistas, pero sin duda ya estamos viendo algo de ese resurgir ruso.
No creo que Rusia haya logrado mediante sofisticadas operaciones de inteligencia, desinformación y propaganda colocar a Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos o forzar la salida del Reino Unido de la Unión Europea. (Y si lo hizo simplemente ¡impresionante!). Pero nadie puede negar que Rusia se ha vuelto un faro, como lo fue en su época socialista, pero que ahora inspira y promueve a partidos nacionalistas-conservadores a lo largo de Europa. Que logró restringir diplomáticamente las pretensiones de injerencia norteamericana en Siria, así como machacar al Estado Islámico en ese mismo país, sostener al régimen chavista en Venezuela, anexionarse con relativa impunidad la península de Crimea, mientras aún aterroriza y amenaza Europa del Este. Todos logros espectaculares para una economía que tiene casi el mismo tamaño que la española y resulta patética si se le compara con la estadounidense, alemana y china.
Rusia quiere volver al juego, y se pone en directo curso de colisión con las demás potencias mundiales. Lo cual puede que no sea bueno para el pueblo ruso y que como en el siglo pasado solo pierdan el tiempo y vidas en su intento por ser alguien más que el promedio.
Sea como sea, en cuanto a historia, los rusos nunca decepcionan.
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